domingo, 21 de agosto de 2016

ORQUESTA DE SEÑORITAS

Los títulos clásicos –más allá de su edad- siempre vuelven. Y Orquesta de señoritas lo es. El gran Jean Anouilh la escribió en 1962 subiendo al escenario una típica agrupación musical con mujeres que proliferó sobre todo en Europa  y que Buenos Aires conoció en sus cafés hasta principios de los cuarenta. Poco virtuosismo y repertorio algo mezquino, pero un toque de sensualidad, picardía y fantasía erótica en ambientes a veces únicamente masculinos. Este nuevo regreso tiene dos categorías de espectadores, los que vieron la versión que dirigió Jorge Petraglia en el 74 y lo que no, los que sin haberla visto saben todo de ella y los que no. Como suele suceder los que quedamos en el primer lote jamás podremos despojarnos del impacto de aquél espectáculo. Y no sólo porque cuarenta años atrás que las señoritas fueran encarnadas por señores resultaba transgresor, sino porque ese cambio fue una bisagra que le dio a la obra una carga de angustia mucho mayor y un dibujo próximo a la caricatura interna que cultivaron unos cuantos sucesores del absurdo y nuestro compatriota Copi. Tampoco es fácil borrar de la memoria la exquisita puesta de Petraglia, con un cuidado del detalle y del tempo que deslumbró a los españoles, cuyos actores iban en Madrid dos y tres veces a aprender de esos artistas argentinos: Hugo Caprera, Esteban Pelaez, Alberto Busaid, Santiago Doria, Alberto Fernández de Rosa, Zelmar Gueñol y Carlos Marchi.

   Pero ahora es 2016 y aquél director ya no está entre nosotros. Esta vez la puso el dueño de los derechos, Jorge Paccini que también se reserva un personaje, la flautista Leona, junto a Miguel Jordan, Norberto Gonzalo, Osmar Nuñez, Ernesto Larrese, Carlos March y el único varón del lote, el pianista León que encarna Edgardo Nieva. Anouilh es un autor notable, cultor impecable del entonces llamado teatro de boulevard, denominación parisina para los conflictos que aún con el ardor de la sal sobre una herida no dejaban de ser convencionales y comerciales en su estructura dramática. Aquí a partir de fines de los cincuenta se hizo mucho de este empecinado nostalgioso de la pureza y  la inocencia primera: La salvaje, El viajero sin equipaje, Antígona, Ornifle –casi apoteosis de Ibáñez Menta- El vals de los toreadores, La gruta y más. Es teatro de otra época. Y se nota. Por lo cual una cepilladita al texto no le vendría mal sobre todo para pulir reiteraciones innecesarias. Igual están todos muy bien –el mejor, por elaboración interior sin aferrarse a la caricatura de Hortensia- es Osmar Nuñez, su número tropical levanta aplausos tan cálidos como los que lograba Caprera con ese “Camagüey camagüeyana/contemplando la sabana….”  El debut fue antesala del éxito que sin duda volverá a cosechar esta orquesta cuyas melodías pegadizas apenas disimulan el dolor profundo que encubren.

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